El domingo la Catedral basílica de Salta, se pobló en las vísperas del 9 de julio. En su habitual ceremonia dominical, presidió en el atrio mayor, el arzobispo de Salta, Mario Cargnello, quien en la homilía sentó nuevamente los argumentos por los cuales, católicos se oponen a la ley por el aborto libre, seguro y gratuito.
El mensaje de Cargnello hizo énfasis en estos aspectos: “En el origen de nuestra vida está nuestra condición humana. No hay títulos, no hay dignidades, no hay privilegio alguno. Allí, viene el Señor, allí está el Señor en el origen de nuestra condición humana.
En nuestra condición humana y desde esa condición el Espíritu entra en nuestra vida y nos pone de pie para caminar por la vida y para caminar con sentido; un sentido que nos da el Señor: “Yo te envío”.
Esto tiene que ver con tu vida y con la mía. Con cada una de nuestras vidas. Esto es así desde el momento mismo de la concepción. ¡Cuánto vale cada vida humana! ¡Cuánto ama Dios cada vida humana!
Es bueno repetir lo que esta mañana afirmó Mons. Oscar Ojea, presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, en la homilía de la Celebración Eucarística que convocó a obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos de todo el país para pedir, en Luján, en la presencia bendita de la Santísima Virgen por la vida, por toda la vida, porque toda vida vale: “Hemos venido para aprender a respetar la vida, a cuidarla, a defenderla y a servirla. A respetarla, porque la vida es puro don de Dios, por eso es sagrada. Nosotros no somos sus dueños. Somos administradores de este gran bien. Ella es el bien primero y fundamental, un bien que está más allá de nosotros. Un bien que no “fabricamos” aunque tengamos la maravillosa posibilidad de transmitirlo cooperando con el Creador”.
Mons. Ojea expresó la preocupación de la iglesia por las mujeres en situación de dificultades para concebir la vida y afirmó el compromiso de la Esposa de Cristo por acompañarlas y sostenerlas porque siempre es posible salvar y cuidar la vida. Dirigiéndose a los jóvenes les recordó la enseñanza de San Pablo quien afirma que “nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo” (2Cor. 6, 16), por ello sostuvo: “somos inmensamente amados por Dios que nos pensó desde la eternidad y nos conoce precisamente desde el vientre de nuestra madre” (Jer. 1,5; Sal. 139, 3-16).
Y continuó diciendo: “hemos recibido nuestra vida como don, por eso debemos cuidarla, tampoco somos dueños de otra vida humana. Es otro cuerpo, otra vida sobre la que no tenemos poder. Chicos y chicas, el aborto no es un derecho sino un drama.
“Este drama nos llena de angustia porque se puede plantear la opción entre dos vidas. Pero el drama tiene un final abierto y podes decidir en favor de las dos. Tampoco es cierto que vos podes hacer lo que quieras y que a nosotros no nos debe importar. Este razonamiento es fruto de una cultura que nos obliga a desentendernos de los demás como si la Patria fuera un amontonamiento de individuos en el que a nadie le importa que el otro se lastima. Cuanto más queremos a las personas, más nos importa lo que les pasa”.
Permítanme extender mi reflexión y compartir algunos pensamientos que me acompañan estos días:
La libertad y la dignidad de las personas se asientan en la inviolabilidad de la conciencia humana. Un hombre es libre cuando su conciencia no se vende, sólo se somete ante la verdad. Una nación es libre y soberana cuando sus gobernantes deciden de cara a la verdad y no venden su conciencia a ningún poder ajeno, ni a sus intereses privados, ni a otro poder del Estado, ni a un partido político, ni a un poder económico, mediático o de presión social. Y sólo la verdad sostiene la búsqueda del bien común, sin ella el bien común se desvirtúa, se pervierte.
En la construcción del sistema democrático el pueblo confía la conciencia de la patria que marca su proyecto a quienes deliberan en su nombre. Así como en 1816, los congresales de julio deliberaron y decidieron la independencia nacional de cara a Dios y a la historia, hoy nuestros setenta y dos senadores deben deliberar y decidir por los más de cuarenta millones de argentinos.
Creo que puedo, en nombre de muchos de mis hermanos argentinos, pedirles que defiendan la vida, que sean creativos a la hora de defender la vida de la madre y del niño, del niño y de la madre. Nos causaría mucho dolor que aprobaran una ley que legitime la eliminación de un ser humano por otro ser humano. Sería un acto injusto, un retroceso institucional. Creo que puedo animarlos a poner de pie a la Argentina en la defensa de la vida del más indefenso. Decir sí a la vida es, en esta ocasión, sembrar una nueva cultura en el corazón de una civilización herida por un clima de competencia, de descuido del otro, de falta de solidaridad real con los hermanos. ¡No teman! ¡No se achiquen! ¡No nos defrauden!
La ciencia nos avisa que una nueva vida comienza a existir desde el momento de la concepción. La jurisprudencia se ha manifestado en la voz de muy autorizados juristas que afirman la inconstitucionalidad de una ley que legalice el aborto. Que la verdad ilumine sus conciencias, queridos senadores. Que la fuerza de esta conciencia los haga audaces apara decir sí a la vida, sí a toda vida, porque toda vida vale. Y desde allí sean creativos a la hora de proponer caminos y leyes que ayuden a las mamás en su camino sagrado. Se trata de hacer posible la vida de todos, no de condenar al inocente.
Nuestro compromiso con la vida se extiende a toda vida y a toda la vida. Por eso nos provoca trabajar por una mayor justicia social, por la defensa de la niñez, por el sostén de la juventud, por el acompañamiento de los ancianos y de los enfermos. Nuestro compromiso con la vida nos estimula a hacer nuestro el dolor de los migrantes, a aceptar todo ser humano porque “todo hombre es mi hermano”.
En esta casa del Señor y de María del Milagro, en el que tantas mujeres compartieron con Ellos heroicas decisiones gracias a las cuales tantos viven hoy, uniéndonos a la Iglesia en la Argentina a los pies de la Virgen de Luján, celebremos la Mesa de la Vida y confiamos al cuidado de nuestros Patronos el futuro de nuestra Nación.
Jesucristo, Señor de la Historia, te necesitamos. Amén” culminó el prelado.