La policía persiguió, torturó e incriminó a trabajadorxs de Astillero

“A NOSOTRAS LA POLICÍA TAMBIÉN NOS QUISO PLANTAR ARMAS”

Por Florencia García, trabajadora de Astillero Río Santiago detenida en la represión en avenida 9 de julio: “Fue una emboscada. Nos seguían porque teníamos las banderas de Astilleros. Yo me quedé paralizada porque de pronto tenía cuatro motos con dos policías arriba apuntándome. En un momento empezamos a correr y terminamos en el techito de un edificio. Ahí empezaron los palazos y nos precintaron. Los tipos estaban desquiciados, era tremendo cómo nos hablaban y nos agarraban. Nos preguntaban si éramos de Astilleros. Nos estaban buscando. Yo vi de costado cómo la policía le apuntó a una compañera y ella se achicó y entonces el tipo la revolcó por el piso, le puso la rodilla arriba y le tiró gas pimienta. Dolían más los palos del compañero que los que le pegaban a uno.

El día anterior había estado leyendo cómo había que reaccionar en una represión.Tenía entendido que por seguridad una tenía que gritar su nombre y de dónde era. Pero en este caso era peor porque al decirlo les avisabas a los compañeros y compañeras pero también a la policía; y la policía justamente estaba buscándonos.

Cuando me agarraron quedó al costado una gorra de astilleros y la pusieron junto a las cosas que ellos juntaban. Pusieron al lado de la gorra un cuchillo, y una botella Powerade con nafta. Por supuesto que no las teníamos: ‘Miren lo que tienen’, decía el milico. Y era el mismo milico que las había plantado.

El milico me preguntó: ‘¿Esta gorra es tuya? Para incriminarme, porque la gorra estaba junto al cuchillo y la botella de nafta. Los tipos te hablaban con bronca y violencia, y una se sentía perseguida. A todo esto, los milicos que estaban en las motos ya se habían ido a seguir la cacería. A compañeros de Astilleros los siguieron hasta a los micros. ¡Y les dispararon hasta a los micros! Solo porque eran de Astilleros. Yo desde el piso veía cómo los policías discutían entre ellos qué hacer con nosotras, y cómo les tiraban balas de goma a los compañeros.

Finalmente nos subieron a la camioneta. También subieron dos policías de civil, que obviamente eran infiltradas, y comentaban cómo las había ayudado la gente cuando las reprimieron. Yo estaba con mi compañera Ivanna de Astilleros, con Vanesa de Suteba Provincia y con Paola, una vendedora ambulante que estaba con su hijo. No nos querían decir adónde nos iban a llevar. O no lo sabían. Fue desesperante. Nos dejaron muchas horas en la camioneta con los precintos. Ya tenía acalambrada la espalda. Una policía me preguntó si estaba acalambrada y le dije que sí. Y me contestó: ‘Y sí…’, como diciendo que lástima pero es lo que te merecés. No nos dejaban llamar a nadie, incluso antes de subirnos a las camionetas se habían acercado abogadas de Derechos Humanos a las que les negaron poder hablarnos. Y ahí en la camioneta nos boludeaban, hacían risitas. Una administrativa o una jefa nos dijo: ‘Bueno, chicas si estaban en la plaza….’. Era muy claro, el delito que habíamos cometido era oponernos al presupuesto del hambre. Justamente fue la policía la que avanzó para romper e intentar criminalizar la marcha. La gente estaba ahí para que no nos caguemos de hambre.

‘Mirá la pared. No te muevas’, nos decían ya en la comisaría, cuando nos hacían la revisión médica. La compañera de SUTEBA preguntaba cuándo nos iban a soltar y la maltrataban. Nos decían: ‘Si se hacen las rebeldes, vamos a tardar más’.

Pero todo cambió cuando se empezó a escuchar de afuera a la gente que había venido a acompañarnos y exigir nuestra liberación. Ahí cambió el trato de la policía, ahí empezaron a ser amables.

Ahí llegó el alivio con el respaldo de los aplausos y de las canciones que se escuchaban desde afuera. Ahí sentimos que ya no nos iba a pasar nada porque los compañeros nos estaban acompañando. Nos bancamos entre nosotros, no son las orga ni las burocracias sindicales. Cuando hay un compañero perseguido o reprimido, el compañero que zafó está acompañando”.

Fuente: Revista Cítrica

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